Una de las mayores obsesiones de la humanidad es encontrar el amor, la media naranja perfecta que nos cuidará hasta que la muerte nos separe. Entre todos los tipos de amor –el romántico de pareja, el materno y paterno, el de la amistad más sociable…–, no podemos olvidar el amor hacia nosotros mismos. No hablo desde una perspectiva narcisista o egocéntrica, todo lo contrario. Me refiero al amor propio que reconoce nuestras cualidades y belleza natural, basado en el conocimiento y trabajado para que sepamos poner límites a la autocrítica.
Es importante dedicar tiempo a uno mismo, escuchar nuestros sentimientos y observar los pensamientos. El yoga nos enseña a cultivar este ingrediente imprescindible del bienestar desde la amabilidad y la benevolencia, siendo compasivos y generosos con nosotros mismos, sin compararnos con los demás y sin emitir juicios, siempre conscientes de que el verdadero poder reside en nuestro interior.
Por eso con el yoga también se trabaja la aceptación de lo que somos y de lo que no somos y se practica la meditación del amor compasivo o ‘Metta’, que significa amor incondicional o amistad en ‘palI’.