Todo hombre, o mujer, puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro. La máxima es de Santiago Ramón y Cajal, y la saca a colación el investigador experto en neurociencia cognitiva Diego Redolar Ripoll en una abarrotada sala de conferencias. Quiere dar a entender que todo lo que hacemos modifica la forma en que pensamos y que el cerebro nunca deja de aprender, dada su plasticidad. Así, hábitos como, y he aquí su objeto de estudio, el de jugar a los videojuegos, pueden propulsar ciertas habilidades latentes que de otra forma no propulsaríamos. ¿Es bueno, entonces, jugar a videojuegos? “Depende de a qué tipo de videojuegos”, dice Redolar.
El año 2005, Nintendo renovó el mercado de consolas portátiles con Nintendo DS, la portátil que sustituyó a la vieja Game Boy. Durante su lanzamiento, la promoción no se limitó a los más pequeños sino que intentó convencer a sus nuevos potenciales jugadores –padres y abuelos de los incipientes o ya gamers– de lo beneficioso que podía resultar jugar, aunque lo que ofrecían no era un juego propiamente dicho, sino ejercicios de aspecto digital con los que mantener el cerebro activo en la edad adulta. Estamos hablando de juegos como el hoy obsoleto Brain Training. ¿Se está refiriendo Redolar a ese tipo de juegos? “No, nos referimos a juegos de acción”, contesta el neurocientífico.
Ante el auditorio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), el investigador expuso, en una conferencia que forma parte del ciclo adscrito a la exposición Gameplay, cómo este tipo de videojuegos propician la atención selectiva y sostenida, y aumentan la velocidad de procesamiento de la información, haciéndonos más eficientes en el control de la atención, cómo incrementan nuestras habilidades visoespaciales –entre ellas, la memoria– y, en general, fomentan nuestra adaptabilidad –lo que se conoce como inteligencia fluida– y el desarrollo de nuestras funciones ejecutivas –todo aquello que nos lleva a planear la consecución de un objetivo, sea éste vestirnos, o trabajar en la NASA –.
Lo que en su laboratorio estudian ahora es si pueden producirse mejoras aún más marcadas utilizando determinadas técnicas, y la respuesta es que sí, siempre que los sujetos hayan jugado a videojuegos antes de los 14 años. “De la misma manera que un niño de cuatro años podrá aprender un segundo idioma y desarrollar un acento perfecto, gracias a la plasticidad del cerebro a esa edad, alguien que ha jugado a videojuegos antes de los 14 años tendrá más facilidad para desarrollar ciertas habilidades si estimulamos sus neuronas que los que no lo han hecho. Incluso aunque hayan de jugar en su edad adulta”, explica Redolar, que sin embargo no esconde que todo eso tiene también un lado oscuro.
Los datos, dice, aún no son alarmantes en España, pero sí en países como los Estados Unidos o China, en los que hay un alto porcentaje de adictos a los videojuegos. “Por supuesto, cuando hablamos de entrenamiento cognitivo, los videojuegos son una de las herramientas que podemos utilizar. Hay otras. Como el simple juego, la lectura, hacer puzles, o incluso la música. Se ha demostrado que los niños que hacen música desarrollan mejor sus capacidades matemáticas, porque de alguna manera las matemáticas y la música están relacionadas en nuestro cerebro”, indica. En cualquier caso, el cerebro, como dijo Norman Doidge, a quien también cita Redolar, no es un órgano rígido, y “sobrevive a un mundo cambiante, cambiándose a sí mismo”.