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Gerascofobia: ¿y si tu mayor miedo fuera envejecer?

En ocasiones, hasta algo tan inevitable como el paso del tiempo puede convertirse en una gran obsesión. Está claro que no es la norma pero ¿logramos escapar el resto de esta tiranía?

«La tragedia de la ancianidad no es ser viejo, sino joven”, le dijo Lord Henry a Dorian Grey. Una manera algo más delicada de explicar que obsesionarse por el recuerdo de nuestra juventud mientras vemos crecer la interminable lista de cosas que nos quedan por hacer puede convertirse en el mayor de nuestros miedos. Y al igual que en la famosa obra de Oscar Wilde, quienes sufren gerascofobia o miedo extremo a envejecer también sueñan con controlar el paso del tiempo a su antojo.

Como todas las fobias, esta condición tiene un componente irracional que hace que quienes la padezcan se obsesionen por lo inevitable: el movimiento de las agujas del reloj y los cambios en el cuerpo asociados a la pérdida de juventud y belleza. Generalmente aparece a partir de los 30 años cuando las primeras canas y arrugas también hacen acto de presencia. Un detonante que (como más de uno habrá adivinado) está estrechamente ligado al culto social que existe hacia la belleza y el miedo a la vejez. Por ello (como más de uno habrá intuido) afecta más al sexo femenino que al masculino.

¿No es algo que nos sucede a todos? ¿A quién no le aterroriza pensar que los próximos 10 años pasaran tan deprisa como lo hicieron estos 10 anteriores? Sin embargo, quienes padecen gerascofobia no se enfrentan a este sentimiento con melancolía sino con síntomas de ansiedad, nerviosismo que puede llevar a la taquicardia, cierta desconexión con el entorno y pensamientos muy negativos que suelen ir relacionados con otras fobias como la tanatofobia o miedo irracional a la muerte.

Uno de los casos más sonados fue el de un adolescente de 14 años diagnosticado con gerascofobia en México. La obsesión por no crecer era tal que dejó de comer hasta perder 12 kilos y comenzó a ocultar sus cambios físicos adoptando posturas encorvadas y utilizando un tono de voz mucho más agudo del habitual.

En una línea similar encontramos al aclamado fotógrafo Phillip Toledano quien, dispuesto a materializar el miedo, transformó su obsesión por el futuro en un singular proyecto fotográfico. La muerte de su padre actuó como detonante, llevándole a preguntarse qué sería de él en los próximos 40 años. Tras unos análisis clínicos y e infinidad de videntes, Toledano hizo realidad sus fobias retratándose como una persona sin techo, como víctima de un derrame cerebral, como un señor obeso, como un cadaver en la bañera… Ironías de la vida, a pesar de su éxito y de contar con el apoyo de su familia, sólo una vez se fotografió felizmente envejecido junto a su mujer y su hija. El experimento dirigido por Joshua Seftel para The New York Times es el mejor reflejo de su ofuscación y su cura:

Si bien es cierto que Toledano lo llevó al extremo, la preocupación que muestra es real. Tal y como comentábamos, la negación de la propia edad (uno de los principales síntomas) suele identificarse a través de indicios como operaciones de estética, tintes de pelo, maquillaje pronunciado y ropa muy juvenil.

Sin embargo, ¿cómo puede ser justo utilizar estos criterios como indicadores de algo tan preocupante cuando nuestra sociedad todavía no ha resuelto el rifirrafe que mantiene con la vejez? Si la doble moral está más presente que nunca, ¿qué podemos esperar de casos como el de Susan Sarandon, quien unos días es alabada por no aparentar su edad y otros es duramente criticada por exceso de escote?

Está claro que cumplir años asusta (gerascofóbicos o no) pero debería dejar de tratarse como un tabú de consecuencias reprochables y en eso parece que hasta Netflix está de acuerdo. A través de la serie Grace and Frankie, las eternas Jane Fonda y Lily Tomlin llevan siete temporadas mostrándonos que envejecer es normal y que pasar la barrera de los 70 puede ser incluso más divertido que un viaje de fin de curso a Punta Cana. Para ello, huyen de tabúes y comprueban que el sexo, los flechazos y los vibradores están a la orden del día.

Pero, si en algún momento se siente que estos pensamientos nos producen una sensación aguda de malestar será conveniente contar con la ayuda de un profesional. Tras un diagnóstico y a través de terapia y ejercicios de relajación, aprenderemos a canalizar el miedo y la autoexigencia que impiden lidiar con el cambio. Y ante todo, tener a mano lo que se suele decir en estos casos: lo mejor está siempre por llegar.