Se han cumplido 95 años de que la convención constitutiva del PNR se congregó en el Teatro de la República de Querétaro para dar vida a una de las organizaciones más emblemáticas de nuestro país: el Partido Revolucionario Institucional.
En ese tiempo, la muerte del general Obregón había alterado la poca estabilidad social. No había cohesión ni identidad. Las fuerzas revolucionarias estaban dispersas, encontradas y confrontadas. El caudillismo imperaba en casi todos los frentes.
Como sucesor legítimo de la revolución, Plutarco Elías Calles asumió la presidencia de la república y tuvo una idea clara y concisa que le daría estabilidad al país: crear un organismo en el que se fusionaran todos los elementos de la revolución; un gran pacto social. El objetivo era unificar al país, una sola voz y un mismo sentimiento. Recoger los ideales que habían sido abanderados en la causa revolucionaria, hacerlos realidad y consolidar la república. Un proyecto de unidad y compromiso social.
Durante la gestión del general Calles y sus sucesores, se establecieron las bases del partido oficial que más adelante se convertirá en el más importante y poderoso de México.
El enfoque del PRI es y siempre ha sido la unidad. Empezando con los líderes revolucionarios para después transitar a una visión más abierta y agrupadora con los sectores populares, agrario, laboral, jóvenes, mujeres, adultos mayores, indígenas, etc. Desde su origen, el PRI reconoció y entendió que la única manera de hacer un frente común, que recogiera los ideales de la revolución, era con la ayuda de todos los mexicanos.
La transición del México revolucionario hacia un país de instituciones, sostenido en leyes y principios, fue un reto que costó más de la mitad del siglo pasado. Así se consolidó un partido comprometido con las clases sociales, consciente de que la única forma de avanzar a un mejor futuro son las instituciones y de que el medio idóneo para el progreso nacional es la unidad. A partir de ese momento, el PRI se institucionalizó y, de la mano con el gobierno, emprendió reformas trascendentales que sentaron las bases del México moderno. Instituciones como el IMSS, el ISSSTE o la CFE, son algunos ejemplos de ello.
El PRI reconoció e integró en sus bases a sectores históricamente olvidados, como las mujeres y los jóvenes. Pero algo que no podemos obviar es que el PRI fue el primer partido en abrir espacios a esos grupos sociales y brindarles la oportunidad de incursionar en posiciones de poder. Aunado a ello, ha invertido en preparar a sus bases y conformar una militancia capacitada para crear cuadros de calidad que respondan eficazmente al quehacer público.
Sin embargo, hoy el PRI tiene un reto mayúsculo: recuperar la confianza de la gente. Por mucho tiempo, el PRI había vivido al amparo del gobierno. Ahora, el contexto ha cambiado y ello le ha llevado a replantear su papel en la democracia mexicana, como oposición. Eso representa un nuevo reto en la construcción de la democracia, un reto que demanda apertura, realidad y sensatez frente a lo nuevo.
Ya no hay espacio a vacilaciones o indecisiones, es tiempo de cerrar filas y abrazar con todo el corazón el proyecto de Xóchitl Gálvez, quien rescatará a México del abismo. Ese es el nuevo reto del PRI y, en general, de la oposición: conectar y contagiar.
Hoy, a 95 años de dar ese primer paso en la unificación del país, quienes queremos un mejor futuro, es tiempo de cerrar filas y retomar nuestra vocación social, reiterando nuestro compromiso con México y su gente. Ese es el objetivo que ahora nos llama y que debemos refrendar en memoria de aquellos que, hace casi un siglo, apostaron por la unidad y la estabilidad del país.