Seguramente has leído que el ácido salicílico es la solución para acabar con el acné o has visto productos en el supermercado que contienen este activo y prometen eliminar las espinillas.
El ácido salicílico es un betahidroxiácido (BHA) cuyas propiedades son conocidas por su eficacia para disolver la grasa y penetrar profundamente en la piel, a diferencia de los alfahidroxiácidos (AHA) que son solubles en agua.
Una vez que el activo entra en el cutis, la parte ácida de la molécula funciona como un exfoliante limpiador, lo que crea un efecto de peeling que elimina la capa superficial de la dermis y, por eso, sirve para tratar el acné, los puntos negros, las manchas, la textura irregular, las arrugas y las cicatrices superficiales.
Al disolver el sebo, el ácido salicílico evita la formación de impurezas y regula las pieles muy grasas, además de que desinflama el cutis. Así pues, su uso funciona sobre granos, puntos negros y espinillas blancas, pero no es capaz de eliminar el acné quístico.
Generalmente se aplica de manera tópica sobre el área afectada una o varias veces al día, pero esta decisión solo la puede tomar un experto. ¿Por qué? Dependiendo el diagnóstico de la piel, es el padecimiento que se trabajará y, de ahí derivan los productos, la concentración y el número de veces que se puede emplear.
Lo que es un hecho, es que este debe utilizarse preferentemente de noche o cuando no haya exposición al sol, para que los activos no irriten ni manchen. Otra precaución especial es evitar el contacto en ojos, nariz y boca y sobre tez irritada, inflamada, infectada o enrojecida.
