«A la edad de nueve años soñaba con ser abogada», confesó Viviana Palacios, de 23 años y procedente de Colombia, ante un auditorio abarrotado durante la segunda jornada de la Conferencia de Women Deliver.
Este era un sueño ambicioso para una niña desplazada que vivía en un territorio infestado por la guerrilla, que había abandonado la escuela para ponerse a trabajar y mantener a su familia, que se quedó embarazada a los 16 años, que fue víctima de la violencia doméstica y que tuvo que afrontar los retos típicos de ser madre soltera en un país en desarrollo. A pesar de todo ello, en la actualidad, Viviana se encuentra en su tercer curso de Derecho, a la vez que trabaja de activista en la defensa de los derechos de los jóvenes. El suyo ha sido un largo y duro camino.
«Mi sueño ahora es que trabajemos todos juntos para ayudar a la nueva generación de jóvenes. Mi sueño es que mi hijo, vuestros hijos y todas las niñas vivan en un mundo sin guerras, donde haya oportunidades para todos». A continuación, Viviana mostró al público las sandalias que le había hecho su madre para que pudiera venir a Washington a contar su historia.
En una conferencia repleta de expertos, las historias personales de cuatro mujeres procedentes de cuatro regiones diferentes pusieron el rostro y el lado emotivo a los hechos, cifras y opiniones que se habían presentado en los otros paneles y sesiones plenarias.
Viviana y otras tres valientes mujeres de cuatro regiones narraron las circunstancias que tuvieron que superar hasta llegar a ser defensoras de la salud materna en esta Conferencia. Trajeron consigo a la sala, y a la Conferencia, imágenes vívidas de lugares dominados por unas desigualdades tan arraigadas que pueden dejar a la mujer en una situación tan vulnerable que hasta les puede resultar difícil decidir si es mejor sobrevivir y luchar o sucumbir a la muerte como vía de escape al dolor, la humillación y la tristeza.
Como subrayó la Dra. Nafis Sadik, Asesora Especial del Secretario General de las Naciones Unidas y famosa activista, que fue la encargada de moderar el panel, las mujeres empobrecidas, especialmente las que viven en países en desarrollo, sufren problemas relacionados con su vida sexual y reproductiva en unos términos desproporcionados. Entre estos problemas se encuentran los embarazos no planeados, la muerte materna y la discapacidad, y la violencia de género. Las cuatro integrantes del panel, Sarah Omega, Awatif Altayib, Laxmi Tamang y Viviana Palacios, lograron superar la adversidad gracias a su valentía, determinación y un golpe de suerte o dos.
Sarah: víctima de un triple castigo por el simple hecho de ser mujer
Sarah Omega, de 33 años y procedente de Kenya, vivió una vida muy diferente, aunque ella también tuvo que afrontar la pobreza, el abuso, la injusticia y la desesperanza.
«Perdí a mis padres entre 1987 y 1989, quedándome sola con mis otros ocho hermanos. Después tuve que abandonar la escuela por la inestabilidad económica familiar. Nuestra casa estaba en una región donde el matrimonio infantil era una práctica común para las niñas, así que literalmente huí de mi casa con mi hermana mayor por mi propia seguridad después de que dos hombres me pidieran matrimonio. Uno de ellos había sido mi maestro en la escuela primaria».
Intentando controlar las emociones al recordar su amargo pasado, Sarah se detiene, mira hacia abajo y agita la cabeza como si quisiera deshacerse de esos recuerdos.
«Escapar fue como ir de mal en peor, ya que en mi escondite fui agredida por un líder religioso y sometida al horroroso acto de la violación, que derivó en un embarazo no deseado a los 19 años», recordó.
Cuando llegó el momento del parto, Sarah apenas pudo llegar a un establecimiento sanitario después de haber trabajado en casa más de 20 horas. Allí esperó sola durante 18 horas más hasta que pudo verla un ginecólogo.
«Para entonces ya había perdido a mi bebé por la falta de suministros esenciales en el establecimiento. Desde allí me remitieron a otro establecimiento sanitario, donde di a luz por cesárea a un varón mortinato de 4,8 kg. Tres días después de la operación me di cuenta de que perdía orina. Después de dos meses me dieron el alta con el mensaje poco esperanzador de que solo podría ser tratada en el caso de que llegara al país un especialista extranjero».
«¡Fui víctima de un triple castigo! La violación, la pérdida de mi bebé y, ahora, la pérdida de orina. Volver a la vida familiar fue insoportable. Cada noche, cuando mojaba la cama a causa de la pérdida de orina, mi almohada también acababa empapada por las lágrimas que derramaba debido al dolor que me producían las llagas en los genitales. Mientras que otros jóvenes recibían cada nuevo día con alegría y esperanza, para mí cada día significaba humillación, rechazo y dolor».
Sarah vivió con la fístula obstétrica 12 años, y todavía hoy se pregunta por qué otras mujeres deben seguir soportando el sufrimiento que ella padeció cuando el mundo cuenta con la capacidad y los recursos para poner fin a historias tan desgarradoras como esta.
«Para aquellos que no estén familiarizados con el término, la fístula obstétrica es una lesión relacionada con el parto a consecuencia de la cual la mujer es incapaz de controlar la orina o las heces. Se trata de una lesión por la que las mujeres sufren rechazo y aislamiento. En algunas comunidades, las mujeres son incluso tratadas como marginadas por su fétido olor», explicó Sarah.
«Se estima que en Kenya se producen 3000 nuevos casos de fístula cada año, pero solo el 7% de estas mujeres logran ser tratadas, lo que nos deja con más de 300 000 casos sin resolver. Por esta razón, he estado yendo a la comunidad con el objetivo de identificar a mujeres que sufren este problema en silencio y remitirlas a un establecimiento sanitario en el que puedan recibir tratamiento», añadió.
«Sin embargo, si solo nos centramos en el tratamiento, estaremos en una situación interminable. Aplicar medidas de prevención sería la mejor forma de abordar la morbimortalidad materna. La prevención va más allá del refuerzo de los sistemas de salud. La prevención debe abordar aspectos como el logro de una mayor concienciación pública sobre el valor de ser niña y el fortalecimiento de la imagen propia, la autoestima y la condición de la mujer. Debemos tomar la iniciativa para empoderar a las mujeres tanto a nivel social como económico, ya que estos son factores básicos que contribuyen a la morbimortalidad materna».