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En la Amazonía Ecuatoriana, estas mujeres pintan sus rostros como un acto de resistencia

Cuando el pueblo nativo de Nina Gualinga, Sarayaku, ganó el caso Sarayaku versus Ecuador en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (IACHR), en 2012, algo se avivó vertiginosamente en ella. De alguna manera, una chispa detonaba el trabajo de décadas de esta comunidad en la Amazonía ecuatoriana. ‘Ahí se reconocieron no solamente la violencia y los atropellos de derechos que vivimos como pueblo, sino también que los pueblos indígenas tenemos voz y podemos crear cambios. Podemos resistir y tomar decisiones sobre nuestro futuro, nuestro territorio y nuestras vidas’, me confesaría más tarde Nina, cuyo trabajo como defensora de los derechos de los pueblos originarios ha tenido cabida en una variedad de plataformas internacionales.

‘Nunca me he autodefinido como activista’, me aclara desde el principio esta defensora de los derechos de los pueblos originarios. ‘Soy parte de un proceso colectivo. No es algo que yo elegí. Cuando tomé la decisión de dedicar mi vida a la defensa de mi territorio,de la selva y los derechos indígenas, fue porque fui impactada por la industria petrolera y porque la vida de mi pueblo, –y de todos los seres que viven en el territorio– estaban en riesgo’.P

Sarayaku está ubicado en la ribera del río Bobonaza, en la Amazonía ecuatoriana. Víctor Bastidas.

Y es que la historia de Sarayaku y sus mujeres originarias yace sobre la coexistencia entre la naturaleza y los seres vivos. Aquí se entiende que la vastedad de la Amazonía no alude únicamente a su extenso territorio, sino a la riqueza de la cosmovisión de sus pueblos, a su filosofía de vida.

En Sarayaku, el acceso es por vía fluvial o aérea. Su territorio –ubicado en la ribera del río Bobonaza– está cubierto de abundante biodiversidad. Las casas de sus habitantes están hechas de materiales de la selva misma. La gente vive de la pesca, la caza, de la chakra (cultivos de la siembra de la yuca o el plátano, por ejemplo). Esta filosofía de vida fue conceptualizada en un documento llamado La Declaración Kawsak Sacha o La Selva Viviente; una propuesta en la que se reconocen legalmente los territorios indígenas como territorios vivientes y reafirma la importancia de la conexión de los pueblos indígenas y el ser humano con la tierra, y por ende, los reconoce como territorios llenos de vida.

En Sarayaku, la gente vive de la pesca, la caza, y otros cultivos como la yuca o el plátano. 

La pintura de Wituk es proveedora de energía y fuerza para el pueblo de Sarayaku.Víctor Bastidas.

El noviembre pasado, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) otorgaba su prestigioso Premio Ecuatorial al Pueblo Indígena Kichwa de Sarayakucomo reconocimiento a los esfuerzos de décadas por proteger su territorio. Sin embargo, esta visión se remonta a épocas milenarias y a leyendas ancestrales sobre el origen y la creación. ‘La tierra es viviente y nosotros somos parte de ella. Todo está conectado, relacionado. Dependemos de que exista un equilibrio’, dice Gualinga sobre la íntima conexión que mantiene con la selva. Y es que para entender su filosofía de vida, hay que entender la visión tan precisa que los Sarayaku tienen sobre esta correlación. ‘Somos una extensión de la Madre Tierra’, agrega.

La pintura del Wituk como fuente de fortaleza 

Entre las tradiciones originarias de este pueblo, hay una leyenda ancestral que persiste entre las mujeres amazónicas: la pintura del Wituk. En épocas milenarias, los seres humanos y los animales eran uno solo. No había distinción. En ese tiempo, las hermanas Wituk y Manduru atravesaron momentos difíciles. En su búsqueda por la sanación, se convirtieron en algo diferente, por lo que la mayor de ellas se transformó en el árbol Wituk para dar vida y energía a las personas enfermas o tristes; mientras que la hermana más joven se convirtió en Manduru para dar vida y ser capaz de sanar. Una noche, ambas decidieron pintar toda la selva, los animales y a los seres de la selva con diferentes colores. ‘Para nosotras, la pintura del Wituk es justamente esto: una pintura que nos da energía, que nos da vida y que nos provee con las ganas de continuar viviendo. Se utiliza para personas que están enfermas o que están tristes. Nos pintamos cuando tenemos festividades e, incluso, en situaciones de lucha, asambleas o reuniones, porque es algo que nos fortalece. No se trata de la belleza estética de la pintura y sus formas, sino de cómo nos hace sentir y la energía que nos da; desde la fortaleza y la sabiduría, y hasta el empoderamiento de la mujer Wituk que se transformó –a pesar de todas las situaciones que pasó y las dificultades que vivió–, en un árbol sanador, en una fruta que da energía y da vida a las personas’, asegura.

Helena Gualinga, joven defensora internacional de la justicia climática y de los derechos de los pueblos originarios. Víctor Bastidas

Helena Gualinga joven activista

Esta postura tan solo es una reafirmación del discurso presente en las mujeres de Sarayaku. Nina Gualinga ha crecido en una comunidad donde la fuerza femenina vigoriza la esencia de su lucha. Su madre y hermana menor, Helena, son parte de esta comunidad de mujeres defensoras de los derechos de los pueblos indígenas. ‘En un mundo que está constantemente tratando de erradicar, eliminar y deshacer quienes somos nosotros, a nuestra cultura, idioma y tradiciones a través del extractivismo, de destruir nuestros territorios a través del racismo; el sistema educativo, los estándares de belleza, la práctica de tu idioma, llevar tu pintura, vestir tu ropa tradicional y ser parte de tu comunidad, es un acto de resistencia’.

Las mujeres que defienden la Amazonía Ecuatoriana

Históricamente, las mujeres de Sarayaku han estado en la primera línea en la lucha en defensa de su territorio, en muchas ocasiones sujeto a amenazas. ‘Todas nosotras hemos crecido dentro de esa lucha, viendo a mujeres ancianas guiando y aconsejando a los líderes jóvenes para que defiendan el territorio y para que no olvidemos nuestra cultura y tradiciones’. En 2002, las mujeres de Sarayaku –entre ellas Maricela Gualinga, actual vicepresidenta del Pueblo Sarayaku– decidieron luchar contra la compañía petrolera de origen argentino CGC. El resultado fue un enfrentamiento con militares y trabajadores de la compañía. La postura de la comunidad logró desmilitarizar el territorio y llevar el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y ganar contra el estado ecuatoriano. ‘En la Corte se reconocieron los atropellos de derechos perpetrados por el Estado y la compañía CGC. Esto fue un logro muy importante para nosotros y todos los pueblos indígenas en Latinoamérica. Por esto y mucho más, las mujeres indígenas somos fuerza y sanación’.

Maricela Gualinga vicepresidenta del Pueblo Sarayaku. ‘El arte en el rostro de las mujeres Kichwa de Sarayaku son...

Entonces, no es de extrañarse que Nina Gualinga sea fruto de este contexto y de su cultura milenaria. La pintura del Wituk es tan solo una ramificación de cómo el pueblo de Sarayaku concibe el mundo. ‘Cuando llevo la pintura del Wituk, cuando canto los cantos de mi abuela y mi bisabuela, cuando hablo el idioma Kichwa con mi hijo, siento la presencia de quienes me transmitieron esto, de todos mis antepasados. Y cuando me pinto, siento la presencia del espíritu de la mujer virtuosa’.

Hoy, el mensaje de Nina Gualinga y las mujeres de esta comunidad hace un poderoso eco al mensaje de activistas contra el cambio climático en América Latina. El catastrófico escenario que –por décadas– la comunidad científica ha pronosticado ha sido siempre un riesgo presente para los Sarayaku, cuyo ecosistema ha sido concebido por sus ancestros como un territorio formado por tres unidades ecológicas: sacha (la selva), yaku (los ríos) y allpa (la tierra). ‘Cuando la comunidad científica o la comunidad activista habla sobre el cambio climático y el desequilibrio de la tierra, nuestros Yachaks –chamanes– se refieren a eso, que hay un desequilibrio en el mundo que está creado por la intervención del ser humano. Mi abuelo siempre decía: ‘tenemos que respetar a la Madre Tierra’. Y si no sabemos vivir en equilibrio, con respeto y con amor hacia ella, va a haber consecuencias. Y los seres espirituales, la Madre Tierra, van a protestar’.

Kerly Santi

Hay una gran belleza en la cosmovisión que el pueblo de Sarayaku tiene sobre los sueños. ‘Nosotros caminamos con ellos. Cuando estoy desconectada de la selva por mucho tiempo, comienzo a perder energía. Mis sueños no son tan claros. Para mí, eso es un indicador de cuán importante es ser consciente de que somos una extensión de la Madre Tierra’. Quizá, solo quizá, hoy el mensaje para compartir es aquel sueño colectivo que profesa un futuro mejor, en equilibrio y en armonía con la Tierra, que más allá de tenerse, se construye.